Agárrame sin mirar, tu cuerpo fecundo me quiere olvidar. El mar de la noche nos penetra el vientre. El balcón de tu guarida gime al vaivén de la marea. Las cortinas ocultan el susurrar de nuestra sal. A veces dulce, a veces reseca. La bóveda celeste nos cubre de rabia y deseo, como dos polluelos luchando por sobrevivir. En el carnaval de nuestra locura, gente con antifaces baila y se desgarra en los canales. Dentro de ti yace una luz; luz de amargura; amargo sabor de tu labio inferior. La carne que oprime la razón; maldita la mesa donde nos abrimos los dos. Arráncame la máscara, mírame sin dudar, que este viento no dura más que un palpitar.