Las nubes oscuras llenas de duda se levantan de nuevo.
¿Por qué la duda? ¿Dónde yace el manantial fuente de este imbécil sosiego? La oficina de mis pensamientos es invadida por preguntas, signos y sentimientos ya sabidos. Oh, ¡pero si es banal e intranscendente! Aquello que los capitalistas tiñen como progreso. Entonces, ¿por qué la duda? Es un simulacro. No es real. Ser y estar; pero con otras palabras. Saber hacer, decidir rápido, ser eficiente. Son espejismos. Eso no nos define; no me define. ¿Es acaso miedo? Miedo a lo que se siente en el aire, esa tensión en espera de una chispa para estallar. La espera de un despido, de un cambio de dirección sin control. Cualquier gota de duda añade a la ansiedad, confundiendo a la mente, dejando que el pensamiento permee más allá de la piel. Y no sólo eso, pero la maldita espera de un resultado lingüístico. Mucho en juego; poca la diversión.
Pero el dado mágico rueda, se tropieza, cae y se levanta, vislumbrando ese número que permite matar o que petrifica el andar. Pero el dado es imaginario. Un torrente interno de letras que forman palabras que forman pensamientos que forman ideas. Yo decido el futuro del dado. Hilos invisibles que manipulan el porvenir del objeto multifacético. Escojo el número que quiera. ¿Un tres? Expandamos. Un trece. Número ínfimo que me identifica y me sostiene. Soy aquél que otrora mueve el flujo del tiempo. Quien observa y es observado. Decido ser el trece, porque me gusta y me conviene.
El trece es un número místico, único, lleno de mitos e historias. Imán de un poder espiritual que no necesita demostrar nada, pues lo terrenal es pasajero y fugaz. Él usa máscaras que desecha cuando el tiempo es correcto. Él sabe y conoce su potencial, basta con detenerse y pensar en ello. Número indivisible, reflejo de un maná ancestral que – aunque fuerzas externas lo intenten – no podrán escindirlo. No se permite rajar o romper, simplemente redireccionar, como un diamante fabricado en lo profundo de lo desconocido. Se sabe capaz, se sabe tenaz, se sabe inquebrantable (máxima de la matemática).
El trece mira más allá de lo inmediato. Mira allá del otro lado, donde lo importante reside. Se pasea en el péndulo de la realidad, mas reposa en la singularidad de lo que significa ser. Una historia recontada mil veces que siempre es genuina a quien intenta leerla. En fin, el trece se sabe mejor que un comentario o que una reacción inconsciente. Se despoja de sentimientos de duda, porque la duda no es él; sino una realidad que algunos deciden aceptar. No para él. La palabra suspendida enfrente de él: dado, duda. Como primos desconocidos, el uno decide dejarlo pasar y el segundo decide no volver. Como el dado que, al rodar ve un caleidoscopio de colores en todas direcciones, así pues, permite un instante que fotografía un sentimiento, no es más que eso: una breve escala en donde se admira el paisaje y se decide quedar con lo mejor que ofrece. En este caso, un recuerdo que se transfigura en poesía e imágenes. Nada más.
Que el trece debe seguir rodando, explorar más instantes de la vida e ignorar aquella tentación de sosiego. Pues, finalmente, el 13 es más fuerte de lo que a veces él mismo se permite aceptar. A rodar.