Realidad. Ilusión. Una danza macabra entre la noche y el día. Un suave danzón a mediodía. Un frenético vals al oscurecer. Todo es simulación escondida detrás de la cotidianidad. Palabras. Voces. Nombres. Memorias. Un bombardeo continuo de significados transfigurados detrás del cristal mágico. Una carta. Dos cartas. Y ya olvidas su nombre. Solitario en la laguna del pensamiento: ésa es la realidad. Que dura un minuto; dos quizá. La voz del interior, gritando – gritándote. Sube el volumen. Escucha el reverberar de la realidad en el borde del espejo, en la porcelana que arde, en el azul de la mañana, en un aguacero de incertidumbre. Justo ahí, donde siempre ha estado. La incómoda dimensión olvidada de nuestro presente. Una pierna cruza a la otra, y todo pierde significado. Un cigarro que se enciende a media luz, sorprendiendo a las sombras dormidas. El sueño inocuo que confundimos con el venir del sol. El sueño de pocos se vuelve la transfiguración del resto. Una mano que sostiene la taza de café, es la misma que añora tener pies. Soñar. Despertar. Ser dueños de una vida que vive en el laberinto de ilusiones. Ser protagonistas de un cauce foráneo al que llamamos realidad, mas, dueños, nunca seremos.